Hacia fines del siglo XIX, durante la presidencia del General Roca, llegó destinado a la provincia de Córdoba con fines de ornamentación, un lote relativamente numeroso de ejemplares juveniles de carpa.

Ni el profeta más acertado podría haber imaginado la prolífera dispersión de este pez que a través de una gran capacidad de adaptación a diferentes medios, conquistó sin prisa y sin pausa el sistema del Río Salado, las lagunas bonaerenses y el estuario del Río de la Plata.

Este Ciprínido originario de Asia menor fue introducido en Europa por los romanos y diseminados en todo el planeta por los amantes del acuario y de los jardines con peces. La gran capacidad de adaptación a ríos, arroyos, lagos y lagunas de agua dulce, ha permitido que se haya dispersado con llamativa abundancia por todo el planeta.

Su cuerpo es fusiforme y presenta siete aletas entra las que sobresale un extensa dorsal.

La piel de este pez es gruesa y está cubierta por grandes escamas cicloideas y una abundante capa de mucus que la protege de los cambios en el PH del agua y los ectoparásitos.

Su cabeza es grande y en en ella se observan dos ojos relativamente chicos y la boca, que es protráctil (se proyecta hacia adelante en forma de embudo por medio de cartílagos y membranas). Carece de dientes en ambos maxilares, pero sí, tiene estructuras duras destinadas a «moler» el alimento denominadas dientes faríngeos.

Rodean a las mandíbulas dos pares de barbillas ubicadas sobre las comisuras labiales. Su régimen  alimentario es omnívoro. Para tentarlas, alcanzará con granos de maíz remojados, pastas aditivadas con componentes olfativos como el ajo o la esencia de vainilla, daditos de salamín y lombriz.

Prefiere las aguas remansadas o estancadas con abundante vegetación y con poca profundidad.